Tañe la vida en la insaciada tarde,
en este vértigo en que voy buscándote en mi sangre.
Ahora se queda el otoño joven en mi casa, en tu vientre,
en el sereno continuar de mi alma, y de la mente.
La necesidad, mujer, eres tú; de vivir, de amar, de existir.
De estar aquí, eternizándome en el milagro de tu canto.
A partir de necesarias horas doradas somos resplandor de sol.
Y necesitamos nada; a excepción de Dios, aquí lo somos todo.
Razones tengo en las palabras, y motivos nunca a explicarlas.
Sé que al mirarte entro en colisión, es refundar lo inadvertido.
Por ti he desandado el camino, desnudado mis cansadas manos;
fustigado la soledad, la ansiedad; hoy entiendo sólo que te amo.
Besas mi corazón y cuánto lo celebro, porque renaces,
tus latidos pronta reflexión, coincidencia en que te abrazo.
Tú, tanta libertad en que me entrego, a veces paz, a veces fuego;
simplemente mi verdad, luz universal en que te llevo.
Nada pedimos de sueños lejanos, son dolor e innecesarios;
tu clamor es como rumor, suave brisa en nuestros labios.
Eres tiempo vivo, estás vestida de paciencia, virtud en plenitud;
igual que hierba fresca de septiembre, vidas juntas que amanecen.
Tantos sueños perennes son placer, claros fulgores de luna;
están escritos con diamantes, con un don, en tus ojos de aceituna.
No es preciso correr más rápido que el tiempo.
Hoy somos eso tú y yo: verdad, vida y nuestros cuerpos…
Autor: Benjamín Torres Uballe; prohibida la reproducción total o parcial a través de cualquier medio con fines de lucro sin la autorización por escrito del autor.
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