domingo, 18 de septiembre de 2011

EL HOMBRE

Va el hombre detrás de la vida, a destiempo;
en el crujir de la noche dura, tanta maldad exaltada.

Inmerso ya, ahogándose en traiciones. ¡Qué tristeza, cuánta soberbia!;
ensimismado es él, por él.
Bebe la hiel que a borbotones desprecia el tiempo.

Se va, en el espejismo final del retroceso inquieto;
no es eterno, no su corazón certero, muere de sed;
quiere ser hombre y mujer, quiere morirse todo en silencio.

Tiene mirada y corazón de fuego, está quemándose solo por dentro;
miserable es su dolor, esclavo pronto, prisión del blanco y negro.

Emisario de su dios, es perversidad, vileza, pretexto, débil voz.
Ambigüedad de sol, inminencia de las manos, feligrés tan inexacto.

Desesperado busca sombra de ocasión, ignorante, ¡qué perdición!
Su vuelo es odio rasante, desigualdad particular, veneno en su vientre;
esclavo de ir y volver, invalidado juez en desasosegadas horas tarde.

Nómada en el desabrigo, del amor, del error en lo vivido, de la seducción;
la ferocidad es aroma irracional que lo ha ungido.
Bestia maldita, verdugo impío, tormento que lo ha engullido.

A ese hombre, no hay retribución, no hay espaciosidad, no hay lamento.
El dolor no es oropel: es sangre, angustia, arrepentimiento, llanto.

La memoria se extraviará, en el destierro execrable,
sus lamentos gemirán, nadie escuchará, la piedad es modo imperceptible.

Hombre, desagravia el amor, duerme pleno, son horas de dolerse;
de redimir la paz, de tener erguida la frente, de plantar nueva simiente.

Autor: Benjamín Torres Uballe; prohibida la reproducción total o parcial a través de cualquier medio con fines de lucro sin la autorización por escrito del autor.

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