martes, 29 de enero de 2013

LA CIUDAD DEL CONOCIMIENTO Y LA CULTURA: ¿UNA UTOPÍA?


…detrás de los prodigiosos hechos económicos
se oculta el rugiente y poderoso motor del cambio:
la tecnología.

Alvin Toffler

El Shock del Futuro


 

Artículo

“México ha perdido competitividad, capacidad de crecimiento mayor, porque hemos perdido capacidad para ser más productivos”. Contundente fue el diagnóstico del presidente Enrique Peña Nieto el pasado día 17 del mes en curso en el estado de Hidalgo, al dar inicio al proyecto: Pachuca, Ciudad del Conocimiento y la Cultura.


Nada nuevo descubrió el primer mandatario en su señalamiento. Lo han sabido durante sexenios sus antecesores, incluidos los panistas, y todos prefirieron evadir el tema o “enfrentarlo” con la acostumbrada y perniciosa retórica populista, pues en tan tremenda ignorancia y frivolidad consideraron que la ciencia no es un “producto” políticamente rentable.

Lo rescatable de tales declaraciones es la aceptación clara, sin cortapisas, del grave problema que afecta al país en materia de ciencia y tecnología desde hace décadas. El tema es extremadamente complejo, ya que su origen es multifactorial. Inicia con la deficiente educación que se imparte a los alumnos durante su vida escolar, donde las escuelas primarias y secundarias están en condiciones deplorables, y los maestros, salvo muy honrosas excepciones, pasan buena parte de su horario laboral en paros y marchas ordenadas por sus nefastos líderes sindicales.

En los niveles medio superior y superior la situación no mejora mucho. El IPN y la UNAM, principalmente, realizan una tarea verdaderamente loable, pero los recursos presupuestales que les asignan cada año son, a todas luces, insuficientes para atender la demanda de la población estudiantil que requiere acceso a sus planteles. Incluso, los programas que ofertan ambas instituciones deben ser revisados escrupulosamente, y de ser necesario, reorientados a las necesidades que México precisa para competir en el mundo actual. Es decir, el sistema educativo debe preparar integralmente profesionistas de elite, hoy se requieren más ingenieros e investigadores en las diversas áreas tecnológicas, y menos licenciados que, lamentablemente, debido a la saturación y obsolescencia de las carreras profesionales cursadas, en un alto número terminan engrosando las cifras del desempleo, trabajando como taxistas o en el comercio informal, lo que representa, además de la frustración, una inversión inútil en su educación por parte del Estado.

La iniciativa privada también ha colaborado de manera rotunda en el rezago productivo. Por años se acostumbraron a la protección del mercado interno, a la no competencia. Innovación, desarrollo y capacitación fueron conceptos en los que no estuvieron dispuestos a invertir un peso. A excepción de algunas exitosas empresas, la mayoría se conformaba con sus ventas domésticas. Por ello, cuando se abrieron las fronteras por los diversos tratados comerciales, inexorablemente iniciaron sus penurias.

El gobierno, como rector de la economía en el país, tiene la principal e ineludible responsabilidad de generar la estructura legal, social, económica y comercial para que México transite en el camino correcto hacia la tan necesaria e impostergable modernidad. La nación padece enormes y severas carencias ancestrales que podrían no sólo ser paliadas, sino superadas definitivamente mediante políticas claras e innovadoras que alienten en forma definitiva la inserción en el exigente y competido mundo global.

Un mal gobierno se constituye como una ignominiosa rémora en el desarrollo y bienestar de cualquier pueblo cuando esos gobernantes se dedican a implantar onerosos e inútiles programas sociales consistentes en dádivas para la población, en lugar de invertir en una eficaz infraestructura educativa, de justicia, de ciencia, tecnología e innovación, a través de la cual se incentive, entre otros, la creación de industrias manufactureras y de servicios, lo cual redundaría necesariamente en fuentes de empleo mejor pagadas, lo que a su vez detonaría un círculo virtuoso para fortalecer el raquítico mercado interno.

El porcentaje del PIB que México dedica a ciencia y tecnología es de tan sólo 0.44%, y aunque para este año 2013 aumentó a 0.49%, aún es insuficiente y muy lejano al 1% que por lo menos debe asignarse a ese rubro, según lo indica el artículo 9 bis de la Ley de Ciencia y Tecnología.

En México, la educación escolar de calidad es prohibitivamente cara y quien pretende cursarla debe pagarla, lujo que únicamente pueden adquirir los miembros de la clase pudiente y eventualmente mediante un esfuerzo que raya casi en el sacrificio, una mínima parte de la población de otros estratos sociales. La diferencia en el abanico de oportunidades entre los egresados del sistema educativo público y las escuelas privadas de alto nivel son inmensas, y es el propio presidente del Ejecutivo una clara muestra de ello: proviene de la Universidad Panamericana y del Tecnológico de Monterrey, dos de las escuelas más caras en el país.

La educación es poder, y en la República Mexicana simple y llanamente existe, al igual que en otros sectores, un abismo infranqueable entre quienes tienen acceso mediante la educación a la ciencia y tecnología y quienes no. El Estado tiene la obligación inaplazable para que todo mexicano tenga acceso a ellas, ya que es un derecho inalienable. Es indiscutible que alumnos de excelencia los hay en cualquier universidad; la diferencia no es de capacidad, sino de la infraestructura a la que tienen acceso.

El mexicano es verdaderamente talentoso, creativo, como el que más. Así lo demuestra día a día, pero es necesario dotarlo de las herramientas necesarias para que explote al máximo su portentosa inteligencia; cuando así sucede, lo vemos destacar en cualquier disciplina: en la ciencia, en las artes (en ambas tenemos Premio Nobel), en el deporte, como empresarios, como ejecutivos, en fin, en cualquier disciplina. Sin embargo, es aquí donde se manifiesta uno de los más condenables yerros del Estado; a los investigadores, y científicos, simplemente lejos de incentivarlos y reconocer su trabajo, los ignoran, dejan que vayan a otros países donde los emplean y aprecian su valía laboral.

En la actualidad, México es el país miembro de la OCDE que menos invierte en ciencia y tecnología, y lo enfatizó el rector de la UNAM, José Narro Robles: “México tiene una deuda histórica con la pobreza y la desigualdad. Creemos que sólo será posible saldar esa deuda si se fortalece la inversión en ciencia, tecnología e innovación”.

Ojalá que el proyecto de la Ciudad del Conocimiento y la Cultura no sea uno más y se quede como siempre en palabras vacías e inútiles, en el oropel perverso del discurso hueco y electorero. El gobierno priista tiene la oportunidad única de redimirse ante la nación en este tema de capital importancia para todos los mexicanos, de quienes la gran mayoría no sólo tiene hambre física, también de justicia, educación, empleo, y por supuesto, de cultura.


STATU QUO POLÍTICO.

A propósito de cultura, el PRD demuestra una vez más su desinterés por ella. Ahora es el delegado en la Miguel Hidalgo, Víctor Hugo Romo, quien desdeña la encomiable labor del escritor y periodista René Avilés Fabila en el Museo del Escritor. Pronto terminará el comodato que por cinco años le otorgaron en el local que ahora ocupa. Si el delegado actúa con probidad, inteligencia y sensibilidad política, apoyará el desarrollo del museo y le asignará un lugar decoroso.


Autor: Benjamín Torres Uballe; prohibida la reproducción parcial o total a través de cualquier medio con fines de lucro sin la autorización por escrito del autor.

jueves, 10 de enero de 2013

DRAGON MART: ¿LA OFICIALIZACIÓN DE LA INVASIÓN CHINA?

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Cuando adquirimos o usamos una computadora, chamarra, desarmador, la serie para el árbol de Navidad, el teléfono para la casa, el celular, tenis, reloj, baterías, foco ahorrador de energía, refrigerador, horno de microondas, juguetes, es decir, prácticamente todo aquello que de manera cotidiana forma parte de nuestro entorno en el hogar o en nuestro centro de trabajo, nos encontramos con la muy famosa leyenda: “Made in China”, frase a la que lamentablemente nos hemos acostumbrado, principalmente en las últimas dos décadas.

China, como todos lo sabemos, pasó de ser una economía cerrada a una con presencia en prácticamente todos los países del mundo. Su Producto Interno Bruto creció a porcentajes muy elevados y constantes, aun por arriba de las naciones más industrializadas que paradójicamente hoy enfrentan serios problemas económicos y sociales como consecuencia de sus lamentables e inmorales excesos, amén del irresponsable desorden en sus finanzas; simplemente gastaron lo que no habían generado.

El llamado “gigante asiático” desarrolló la extraordinaria habilidad para acumular reservas monetarias excepcionales, recursos que de hecho son un instrumento contundente a la hora de negociar y comprar en condiciones ventajosas materias primas a otros países, lo cual, aunado a los subsidios gubernamentales y los paupérrimos salarios de hambre que se pagan en esa nación, le permite llegar con sus productos a los mercados internacionales con precios inferiores a sus costos reales, esto en detrimento de los mercados locales, cuyos efectos perversos no se han hecho esperar: quiebra de empresas y desempleo, son los principales.

Las naciones “tercermundistas” –hoy pomposamente llamadas “economías emergentes”- han acusado el daño de manera inmediata e irreversible, ya que al no contar con tecnología competitiva les es más cómodo comprar que intentar competir, lo cual les resulta imposible. En México, y sólo a manera de ejemplo, basta con abordar el Metro en el DF para ser intimidado por la saturación de mercancía chatarra que se oferta sin recato alguno, o caminar por cualquier calle del Centro para darse cuenta que prácticamente todos los vendedores ambulantes expenden mayormente baratijas chinas.

La perseverancia de los chinos es francamente de resaltar, van a donde sea, donde están los mercados. Aprenden las costumbres de los consumidores locales, se integran a ellos; eso los hace unos competidores difíciles de enfrentar y vencer. Junto a esto, han logrado la transición para producir hoy ya no únicamente baratijas, sino bienes de alta tecnología.

Es precisamente en el tema tecnológico y en la economía de escala donde se mueven con toda comodidad los exportadores asiáticos. Los países técnicamente pobres constituyen sus principales y sumisos clientes.
Tristemente entre éstos se encuentra México.

La república mexicana es un país que nunca invirtió lo suficiente en investigación para desarrollar tecnología propia, sus gobernantes por años consideraron a este rubro poco importante y políticamente nada redituable. Hoy paga el alto costo, pues carece de los recursos técnicos para hacer frente a la oleada china, quien desde hace años pasó como aplanadora sobre la endeble industria mexicana, particularmente en los sectores textil, zapatero, ferretero, mueblero, de autopartes, e iluminación, por mencionar sólo algunos.

Transformado México en uno de sus bastiones de mercaderías en América Latina, China pretende convertir de manera oficial a nuestro país en su bodega en el continente americano, es decir, que de manera descarada, sin inhibición alguna, va por la consumación oficial de la “invasión china” mediante la apertura del megacomplejo comercial Dragon Mart, en Quintana Roo, el cual tiene como meta la exposición permanente y venta al mayoreo de productos chinos, tales como muebles, ferretería, equipo médico, agroindustrial, autopartes y de construcción, en una superficie de 122 mil metros cuadrados, donde se ubicarían 3 mil 040 locales, a lo que habría que agregar la llegada de unos 12 mil chinos relacionados con la operación del proyecto.

El golpe mortal no se hará esperar en el muy corto plazo en la desigual contienda entre “David y Goliat”. Las dificultades para las micro, pequeñas y medianas empresas, que son más del 90% en México, aparecerán irremediablemente en el horizonte, en caso de que el mencionado proyecto sea aprobado sin el análisis riguroso, puntual y objetivo que por lo delicado del caso deben realizar inexcusablemente las autoridades mexicanas en consenso con todas las partes que de una u otra forma pudiesen resultar afectadas.

Por lo pronto, líderes de las diversas cámaras industriales y de comercio, así como académicos y expertos en comercio internacional, han alzado la voz y alertado sobre el inminente peligro de la consumación atroz y aberrante de tan cuestionado proyecto en perjuicio de fuentes de empleo tan urgentemente necesarias en el país.

Cierto es que el país no puede ni debe aislarse de la dinámica actual con la que se mueve el comercio global en el mundo, pero tampoco es aceptable entregar el territorio en una muy dispar e “inocente” cauda de “facilidades” oficiales. Los asiáticos defienden a ultranza su moneda, colocan barreras arancelarias cuando así lo consideran, también sin pudor alguno levantan muros disfrazados de trámites burocráticos, por lo que no pueden invocar la reciprocidad comercial cuando ellos no la ponen en práctica. Por lo tanto, la pregunta fundamental es: ¿debe México tender ilimitadamente y de forma servil el tapete para que los chinos nos sigan vapuleando comercialmente?

Cabe entonces cuestionar al actual gobierno de Enrique Peña Nieto si está dispuesto a pagar el altísimo costo político que implicaría autorizar esta nueva forma de colonización de una potencia extranjera. Y por si acaso en el gabinete aún no le han informado al Presidente las estimaciones de crecimiento en el PIB de ambos países para el 2013, aquí las participamos: México alrededor de 3.4%, China arriba del 8%; en consecuencia, vaya que luce un tanto desigual la competencia entre un peso completo y un peso gallo, ¿no lo cree usted así, amigo lector?

Aunque tan delicado asunto tiene aristas y repercusiones sociales y políticas, no debe juzgarse como un nacionalismo mal entendido, se trata primordialmente de negocios. Astucia, firmeza y estrategia comercial deben predominar para defender la enorme cantidad de empresas y fuentes de empleo que estarían en riesgo, y de las que México hoy, absolutamente, no puede darse el lujo de perder una sola.


Autor: Benjamín Torres Uballe; prohibida la reproducción total o parcial a través de cualquier medio con fines de lucro sin la autorización por escrito del autor.