Ven, señora de las catorce lunas;
irrumpe en mi corazón, avasállalo.
Domínalo hasta la sometida gota de sangre;
esclavízanos como saetas perdidas. /
Haz de mis ojos cascada y agua salada;
renueva las simientes de mi vida toda.
Quédate, sé inmortal necesidad en mí;
rásgame en el amanecer la piel, señora. /
Madona, sólo dilo, por ti se rinden las horas;
se entregan irónicas, en el sarcasmo de mi correría.
Sacúdeme, trota en mí cual furiosa amazona;
y luego apacíguame, quédate, sedúceme. /
Escribe las postreras letras al final, en un abrazo,
vacía tu flor de amor, que dure sí, hasta el ocaso.
Y luego en la noche otra vez, renacer en tu regazo;
igual que ayer, igual que hoy, en el glorificar de tus ojazos. /
Aquí prohibido nada hay, todo lo comienzas tú, todo;
en el requiebro de tu cuerpo, en los besos o el silencio.
Fuera nada hay, fallece el tiempo, es otra luz del pensamiento;
tan sólo me conduce tu mano, mañana, tarde, para siempre. /
Autor: Benjamín Torres Uballe; prohibida la reproducción total o parcial a través de cualquier medio con fines de lucro sin la autorización por escrito del autor
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