viernes, 22 de febrero de 2013

# YO SOY FLORENCE CASSEZ

Artículo.

A los eruditos ministros de la Corte Olga Sánchez Cordero, Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena y Arturo Zaldívar les fue prácticamente imposible ocultar la camiseta que traían bajo la toga. La leyenda en ella parecía ser la siguiente: #Yo Soy Florence Cassez.

Acerca de esta humillación para todos los mexicanos se han escrito ríos de tinta en todos los medios mexicanos y franceses. Es un tema delicado per se. Durante décadas, la impartición de justicia ha representado una de las mayores vergüenzas para la nación entera. Los encargados de su aplicación la prostituyeron a través del tiempo hasta convertirla en deplorable mercancía de segunda mano, y por años la han ofertado a quien pueda pagarla.

No debería entonces sorprendernos la cuestionada conducta de los señores magistrados que votaron a favor de la liberación de madame Cassez, ya que sólo representan la parte final del tortuoso camino judicial en el caso de la ciudadana francesa.

Escudarse inmoralmente en argucias legaloides, simplemente hunde más en el fango de la deshonra a quienes tuvieron la responsabilidad, y la incumplieron, de dar a cada quien lo que se merece. El gran escritor mexicano Carlos Fuentes decía que “hay formas del prestigio que lo abarcan todo”. Es evidente que los doctos ministros no conocen la contundente frase.

El ominoso comportamiento del Poder Judicial ha sido cuestionado por la sociedad mexicana de manera recurrente hasta perder la cuenta. Hoy lastimosamente demuestra a plenitud su sometimiento a otro poder: el Ejecutivo, a pesar de negarlo y de intentar grotescamente justificar lo que a todas luces es injustificable.

Los mexicanos sabemos que la señora Cassez no puede presumir de inocente. La Corte no la amparó por ser inocente, como ella pregonó a su llegada a Francia, sino por “violaciones graves a los derechos de presunción de inocencia y debido proceso”, así que no sólo es una presunta secuestradora, también una consumada y vulgar mentirosa.

El gobierno francés montó un circo mediático para recibir a la Cassez, y celebrar el hecho de que al fin se salió con la suya; también, a que su contraparte mexicana haya cedido a la presión gala. De nada tienen que vanagloriarse en aquel país. Es una desvergüenza mayúscula que reciban como heroína a una detestable delincuente.

En cuanto a los culpables del vodevil montado para mostrar a los medios la aprehensión de la “estrella franchute”, ¿seguirán en la acostumbrada impunidad? El superpolicía del sexenio pasado Genaro García Luna y su protector y jefe, don Felipe Calderón Hinojosa, no pueden salir incólumes, aunque se oculten en Miami y Harvard, después del tenebroso y fallido montaje que “organizaron” plagado con tan hilarantes y tremendas pifias, que finalmente causaron la excarcelación de Cassez.

Las víctimas claman justicia, pero sus voces continúan extraviadas en el laberinto inextricable del sistema judicial mexicano. Cometieron el error más grande e imperdonable con el que se puede nacer en nuestro país: ser pobres, y ser pobres significa padecer o morirse de hambre, ser marginado socialmente e invariablemente ser excluido de lo más decoroso para el ser humano: la libertad y la justicia.

El pueblo mexicano ha repudiado la decisión de la Corte. Si bien la enorme mayoría de nosotros ignoramos el complicado lenguaje del Derecho, también es cierto que conocemos uno mejor que resiste la más rigurosa de las pruebas éticas: el de la probidad. Y en esto los mexicanos han basado su decisión inapelable para declarar culpables a todos aquellos que participaron en el “show Cassez”: la policía, los jueces, los ministros, Televisa, e incluso algún despistado comunicador con ínfulas quijotescas.

Nunca antes fue más cierta y absoluta la sentencia “Vox populi, vox Dei”, misma que les debe pesar como tremenda losa a los respetados ministros de la Corte. Entonces, de nada sirve que intenten otorgarse a sí mismos un amparo liso y llano; el pueblo ha dicho.

Como epílogo de este ejercicio periodístico y, únicamente (lo aclaro), con propósitos reflexivos, dejo las siguientes líneas con el mayor de los respetos a los multicitados señores ministros: “Yo veo un México con hambre y con sed de justicia… un México de gente agraviada, de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla”. Las palabras de Luis Donaldo Colosio a 19 años de su cobarde asesinato aún siguen vigentes y retumbando en las conciencias de todos aquellos que ejercen torcidamente la impartición de justicia en nuestro querido México.



STATU QUO POLÍTICO.

Más violencia.

La ola de violencia en el país continúa de manera desenfrenada. Todos los días hay asesinatos en el territorio nacional, pero en el Estado de México la situación es verdaderamente crítica, de tal forma que el Ejército patrulla las calles de municipios como Atizapán, Huixquilucan Naucalpan, Tlalnepantla, y refuerza la seguridad en Ecatepec y Nezahualcóyotl. En la capital mexiquense el problema no es menor y agentes federales realizan rondines en la ciudad. Ante tanta anarquía y sangre, el jefe de Gobierno del Distrito federal está muy activo para poner en acción su plan Escudo Centro, en el que pretende lograr la adhesión de los gobernadores del Estado de México, Hidalgo y Morelos; incluso se habla también de los de Guerrero y Querétaro. ¡Alto a la violencia!

Cultura.

Para atemperar las malas noticias, les sugiero visitar la exposición del talentoso caricaturista michoacano Rogelio Naranjo, Naranjo, denominada Vivir en la raya. La sede es el Centro Cultural Universitario Tlatelolco de la UNAM, del 24 de enero a finales de julio de este año. El costo es de 30.00 pesos y es sencillamente digna de verse.

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