El silencio redobla aquí, solitario y roto,
como canto perdido del cielo mudo.
Han muerto las horas que estaban cautivas.
Los gritos del alma son lágrimas vivas y oscuras.
El ánima guarda en su vuelo posada de invierno.
Flores cansadas dilatan su tiempo, inertes, vencidas.
Con prisa marchan las sombras; quieren estar solas.
Dos manos sedientas agrietan los años.
(Trémulo y viejo alguien muere en las borrascas)
Ojos ciegos del Sol, cobrizos y derrotados,
les duelen las noches vencidas de sus hermanos.
Arde la pira hambrienta de los callados;
ceniza de sangre implora en el escarnio.
Locos en la tarde roja lloran los hombres, al infrahumano
más huellas se pierden en la ceniza del barro.
Inmensidad es la insondable ciénaga de la desesperanza,
tósigo el canto efímero de números y letras.
Anda, en el andar perdido. Odio, marchita flor de sangre.
En la aridez, el pensamiento fallece;
es vano e impuro, alarde en torrente.
¡Ay, las flores, los cantos, las tardes, las risas!
Los niños, el viento… yo mismo, ¡ay, la vida!
Perdida en lamentos, llorada sin duelos.
Autor: Benjamín Torres Uballe; prohibida la reproducción total o parcial a través de cualquier medio con fines de lucro sin la autorización por escrito del autor.
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