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Felipe Calderón pateó el avispero del crimen organizado y ya no lo pudo controlar en todo su sexenio. Hay voces incondicionales que aún defienden a ultranza su política en materia de seguridad, y desde luego que están en su derecho. Sin embargo, lo que no han podido hacer, a pesar de intentarlo afanosamente, es convencer a sus críticos y a la población de que los miles de muertos eran necesarios en la lucha contra los diversos cárteles. Por el contrario, la enorme mayoría de los mexicanos la considera una estrategia a todas luces fallida.
El oropel y fanfarrias con las cuales las autoridades calderonistas presentaban a los dizque “principales cabecillas” –siempre eran “principales cabecillas”-, aprehendidos en esa guerra contra los malosos, era un paupérrimo espectáculo que lejos de aportar información veraz, sólo sirvió para exacerbar la violencia y convertirse en mera apología de los criminales. El sistema de comunicación social del panista fracasó estrepitosamente, terminando por erosionarse y hundirse en la incredulidad y hartazgo de sus gobernados.
Hoy la administración de Enrique Peña Nieto ha cambiado radicalmente la táctica para informar a la sociedad mexicana de los hechos relacionados con la hasta ahora incontenible violencia de los grupos criminales. La nueva “táctica” consiste, como usted, amigo lector, ya lo notó, en que no existe información alguna. Sí, así es, ha optado por no presentar a los medios informativos a ningún detenido que tenga que ver con la delincuencia organizada.
La violencia en el país no ha disminuido ni un ápice. El ciudadano común y corriente está convencido de que, en la actualidad, los niveles de virulencia son iguales o mayores a los de la administración de Calderón, y eso lo tiene, además de horrorizado, cansado y debilitado, no sólo mental, sino físicamente. Hartado de escuchar en los noticiarios, de enterarse a través de las poderosas redes sociales de los cotidianos sucesos delictivos en la mayor parte del territorio nacional: Coahuila, Durango, Guerrero, Tamaulipas, Sinaloa, Nuevo León y el Estado de México, destacan en la aportación de acontecimientos sangrientos.
El martes 19 -en que escribo esta columna- ha sucedido a temprana hora una escalada más de violencia en Coahuila: en Monclova, los tiroteos (tres en total) empezaron a las 8 de la mañana, en los cuales hubo bloqueos de avenidas principales. Las escuelas suspendieron clases y el gobierno estatal recomendó a la ciudadanía no salir de sus casas. El saldo fue de dos muertos y un herido. En Reynosa, los combates entre Los Zetas y el cártel de Sinaloa paralizaron la ciudad y se contabilizaron siete muertos. En la población de Otzoloapan en el Estado de México, la Secretaría de Seguridad Ciudadana confirmó un enfrentamiento de sus elementos, apoyados por fuerzas castrenses, contra presuntos miembros de La Familia Michoacana, de los cuales fueron abatidos diez. Toda esta barbarie en un solo día.
La pesadilla cotidiana de la violencia nos ha colocado a los mexicanos en un duelo permanente y en un hartazgo de tal magnitud que quisiéramos olvidarnos de él, desear que jamás hubiese sucedido. Lamentablemente es una repugnante realidad en la que muy poco colabora el hecho de que el gobierno peñista no informe con claridad y oportunidad de este trascendental tema. Así como el priista le ha entrado de lleno con éxito a otras tareas vitales, así es que debe también definir una estrategia de comunicación, pues ante la ausencia de ella las redes sociales suplen esa función, aunque no siempre con la mejor intención y veracidad.
Dejar de mencionar el tema de la narcoviolencia en los discursos y declaraciones oficiales no la elimina; por el contrario, genera muchas suspicacias, y la “rumorología” contribuye únicamente a desinformar y conformar escenarios que en ocasiones no corresponden a la realidad. Necesario es, entonces, evitar caer en la obstinación e instrumentar una estrategia de comunicación social que, además de inteligente, sea pronta y veraz. En Los Pinos hay profesionales con experiencia y talento para implementarla. Esperamos que no hagan oídos sordos. La sociedad mexicana no peca de ignorante, sino de noble y aguantadora, pero no hay que jalar demasiado el hilo, porque pudiera romperse y esto no conviene a nadie en absoluto. Lamentablemente el hartazgo convive hace ya tiempo en el ánimo de los mexicanos.
EL TRABAJO INFANTIL
La explotación laboral infantil es una puya en la conciencia de la humanidad, un tema tan escabroso y complejo como inmoral. Muchos países y empresas poseen un sombrío historial en esa vergonzosa actividad. México no es la excepción. Existen niños trabajando en las calles, en la Central de Abastos, lavando carros, vendiendo billetes de lotería, periódicos, o recolectando desperdicios en los tiraderos, sólo por mencionar algunos ejemplos.
Las cifras testimonian la magnitud de la tragedia de los niños explotados laboralmente. Según la Fundación Telefónica, en América Latina hay 14 millones de niños y niñas entre 5 y 17 años en situación de trabajo infantil, lo cual representa 10% del total en ese rango de edad (141 millones). De ellos, 9.4 millones realizan trabajos que son considerados peligrosos y amenazan su integridad física y psicológica. Es un verdadero infierno el que viven los infantes, en lugar de estar en la escuela o hacer lo que corresponde a su edad: vivir dignamente su infancia.
El pasado jueves se llevó a cabo en la ciudad de México el IV Encuentro Internacional contra el Trabajo Infantil, que tiene como objetivo principal la erradicación de la explotación laboral de los menores en América Latina. El encuentro estuvo apoyado por la UNESCO, la OIT, y el Gobierno del Estado de México; la realización estuvo a cargo de Fundación Telefónica. Felicidades a todos los organizadores.
STATU QUO POLÍTICO.
Por cierto, en el evento comentado en el párrafo anterior vi muy contenta a la ex primera dama Margarita Zavala, dirigiendo y moderando una de las mesas de trabajo. Parece que nada le acongoja, lucía muy serena, los asistentes la recibieron bien.
Autor: Benjamín Torres Uballe; prohibida la reproducción total o parcial a través de cualquier medio con fines de lucro sin la autorización por escrito del autor.
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