CUENTO.
Bebió el último trago de su copa de vino, cerró los ojos, y todos sus sentidos paladearon morbosamente el cabernet sauvignon cosecha 94; la comida había sido un manjar, tal y como se acostumbra en Madrid, aún y se haga esto en el más modesto de los bares.
Efraín pidió al camarero un “cortado” doble, en tanto le daba candela a uno de los puros que todavía le quedaban; se quedó pensativo por un largo momento, y sólo lo interrumpió el mesero con el café; le gustaba al máximo España, su cultura, el vino, la comida, el idioma, sus bellísimas mujeres, en fin, se sentía como en casa, sin embargo la melancolía por México ya le comenzaba a pesar desde esta mañana en que despertó.
Cumplía su tercer viaje de trabajo a la madre patria, y verdaderamente estaba consciente de su buena suerte, viajaba con todo pagado por cuenta de la empresa para la cual trabajaba como gerente comercial; el motivo del viaje era visitar a su principal proveedor, cuyas instalaciones se ubicaban en la mediterránea ciudad de Valencia; había hecho muy buenas relaciones tanto comerciales como personales con el dueño, que verdaderamente era un tipazo.
El trabajo le llevaba unos cuatro días con el proveedor, y habitualmente le sobraban tres libres, en que normalmente se trasladaba a Madrid y se dedicaba a visitar sus lugares emblemáticos y recorrerla a pie hasta donde sus fuerzas le alcanzaran.
Por recomendación, se hospedaba en el “Aroza”, en la calle de la salud casi esquina con la gran vía, realmente la ubicación era privilegiada, de ahí se podía dirigir sin mayor contratiempo y caminando a puerta del sol, recorrer la gran vía, curiosear en la “casa del libro” , llegar hasta la castellana, conocer la puerta de Alcalá, las Cibeles, el palacio de comunicaciones, el museo del prado, la cámara de los diputados, tomarse un exprés en el “museo del jamón”, darse una vuelta al “corte inglés” para ver las novedades en cuanto a vinos.
Le gustaba despertarse como a las nueve de la mañana, y desayunar en el restaurant del hotel para abreviar tiempo, en tanto leía “El País”; después a caminar como cartero por todas partes sin seguir alguna ruta predeterminada, y comer en algún bar que le pareciera adecuado, el único requisito era que hubiese mucha gente; le entraba a todo, tortilla de patatas, pulpo, jamón, chorizo, fabada, en fin, lo que hubiese, a nada le ponía peros, normalmente lo acompañaba con un torres 20, el infaltable cortado y un licor del 43.
Por recomendación del portero del Aroza, un día se dirigió a comer un cocido madrileño al restaurant “De la Bola”, situado en el parque del mismo nombre; al llegar le preguntaron que si tenía reserva, y como no había hecho reservación, le pidieron que esperara unos minutos, tiempo durante el que se dedicó a mirar las fotos de los personajes que han ido a comer ahí: entre ellos “Hugo el pentapichichi”, con una dedicatoria amable al personal del restaurant.
Francamente el cocido estaba de campeonato, delicioso; en esa ocasión intentó con una cerveza española, pero fue mala elección, las cañas ibéricas no son malas, son pésimas, y mas si sabes que en México abundan las cervezas de calidad mundial en cualquier estanquillo.
Efraín anotó en su lista de lugares consentidos de cinco estrellas al “Restaurant de la Bola”, tal como ya lo había hecho con “Casa Roberto” en Valencia, donde comió la mejor paella de su vida.
Volvió al hotel como a las 7 de la noche, había caminado muchísimo y estaba un tanto cansado; se recostó un momento, y luego se duchó, volvió a salir y se dirigió a puerta del sol; quería comprar unos Armani para sol que ya había visto el día anterior, se los mostrò la vendedora, se los probó, le complacieron, los pagó, y entonces se dirigió a comprar unas playeras y unos llaveros con motivos españoles para sus padres y su secretaria.
Las 10 de la noche, el tiempo transcurrió rápido; camino al hotel vio un bar con mesitas en la calle muy concurrido, se sentó y pidió un “fundador”, rememorando a “Mecano”, otro puro y luego otro fundador, por qué será, pensó, que el fundador sabe mejor aquí, y mirando a esas “majas” con ojos color miel y de curvas nada despreciables que parloteaban alegremente.
De vuelta en el hotel, a poner todo en orden; el vuelo de Aeroméxico partirà a las 13.00 horas, hay que estar a las 11 de la mañana, afortunadamente el hotel contaba con servicio de transporte al aeropuerto de barajas a precio módico.
No pudo dormir bien, por el contrario; la emoción de volver a casa le hizo pasar mala noche, así que se levantó a las seis de la mañana, empacó, bajò a desayunar, pagó la cuenta, y a las diez llegó el autobús que llevaría a los huéspedes al aeropuerto.
Llegaron puntuales, Efraín documentó, y en tanto era hora de abordar se dedicó a visitar las tiendas del duty free, no con el afán de comprar, sino mas bien para pasar el tiempo.
“Pasajeros de Aeroméxico del vuelo 3 con destino a la Ciudad de México, sírvanse abordar”; el corazón le brincò de emoción.
No evitò una leve sonrisa en el momento en que el enorme avión 767 despegò; le esperaban 11 horas y media de viaje, que se le iban a hacer eternas para poder ver al “Monstro” quien lo iba a recibir en el aeropuerto, y para abrazar y besar a “Marita” y al “Jefecillo”,ah, y para entregarle a la siempre hermosa y consentida Pao la muñeca de porcelana que le había comprado en una tienda de la plaza mayor...
Autor: Benjamìn Torres Uballe; prohibida la reproducciòn total o parcial a travès de cualquier medio,con fines de lucro, sin la autorizaciòn por escrito del autor.
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