Te he visto ser, nuevo cielo fulgurante.
Yo he vestido la gloria eterna sólo con desearte,
eternizado el tiempo, resquebrajado el miedo.
He muerto y renacido en vida tan sólo por amarte;
mis sueños fueron luego procesión de suerte.
Viva te he visto: coronada, deslumbrante.
Guardarte en un puño el universo para siempre,
esparcir a modo pleno destellos de tu vientre.
¡Cuánta divinidad solar en tu belleza de amapola!
Nada más existencial que los aromas de tu boca.
Me has visto perderme en el excitante talle
de tu aurora audaz, vívida e imperante.
¡Sí, yo te he visto volar libre, alas de gaviota!
Ah, deidad mortal con ojos de domingo.
Destellos profundos de Dios, luces y camino.
Así, es que te he visto desnuda por el viento,
besada y maternal en el alba por el cielo.
Fecunda, como la majestuosa rosa de los años,
libre e inmaculada en cada pausa de tus sueños.
¡Cuánta cósmica ansiedad en que te he llorado!, toda.
Abarcaste en el amanecer la necesidad de mis colores.
¡Así, reina y mujer, así, yo te he visto!
Feliz en la dicha de tu buenaventura,
esplendorosa en tus horas de fortuna.
Soberbia en la belleza que iluminas,
generosa en las maternas esperanzas.
Hoy estás en la ambigüedad del Sol,
en el crepuscular insomnio de la vida que te lleva;
en la culminación de mí,
no de las estrellas plenas que te elevan.
¡Ay, mujer, mujer, tanto sabes lo que guardo!,
lo que he olvidado de ti… en el presente y el pasado.
Autor: Benjamín Torres Uballe; prohibida la reproducción parcial o total a través de cualquier medio con fines de lucro sin la autorización por escrito del autor.
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